El virus que nos abrió los ojos - Sebastián Haro

El virus que nos abrió los ojos

En abril de 2002, el expresidente Julio María Sanguinetti ofreció una conferencia para estudiantes de periodismo en la Universidad ORT Uruguay. Allí, como un comentario casi al pasar, Sanguinetti señaló que cada vez más la alfabetización de las personas no se mediría por sus habilidades para leer y escribir, sino por su capacidad para utilizar una computadora.

Hoy, casi dos décadas después y ante una pandemia mundial que puso de rodillas al mundo entero, la necesidad de esta nueva alfabetización que anunciaba Sanguinetti fue puesta en evidencia de manera estrepitosa, cuando millones de personas debieron, de la noche a la mañana, comenzar a trabajar o estudiar desde sus hogares, pasando a tener una enorme dependencia de la única herramienta que les permitía hacerlo: la tecnología del presente.

Individuos de todas las edades y con una muy dispar afinidad con la tecnología, tuvieron que aprender con urgencia cosas como participar de una videoconferencia, trabajar documentos en la nube y acceder de manera remota a las computadoras de sus oficinas. Pero otros, además, debieron hacer frente a su escasez de conocimientos y habilidades técnicas en tareas más básicas.

Un nuevo mundo

“Toda tecnología tiende a crear un nuevo mundo circundante para el hombre”, afirmó en 1962 el filósofo canadiense Marshall McLuhan en su libro La Galaxia Gütenberg.

En un mundo donde estamos acostumbrados a la omnipresencia de la tecnología, las palabras de McLuhan no deberían sorprendernos: el planeta ya había cambiado radicalmente antes del surgimiento y la propagación del nuevo coronavirus.

Pero la realidad es que nadie nunca nos obligó de un día para otro a utilizar Internet, los smartphones, las apps o las redes sociales para que nuestras vidas siguieran funcionando, sino que lo fuimos incorporando de forma natural, a medida que lo necesitábamos o sentíamos curiosidad.

Esto, sin duda alguna, no fue lo que ocurrió cuando de repente se decretaron cuarentenas y distanciamientos sociales obligatorios, poniendo desde entonces como trending topic en todos lados el #stayathome o #quedateencasa. Personas de todas las edades (desde niños de primaria hasta adultos próximos a jubilarse) debieron comenzar a trabajar o estudiar a través de Internet.

Pero, ¿sabían hacerlo?

Alfabetización tecnológica

El problema es que no todas las personas cuentan con la misma afinidad con la tecnología; es decir, lo que en inglés se denomina tech-savvy y que Cambridge Dictionary define como “saber mucho acerca de la tecnología moderna”.

Lejos ha quedado la necesidad básica de saber “utilizar una computadora” que mencionaba Sanguinetti en su conferencia de 2002, dando paso a la cada vez más evidente necesidad de una mayor alfabetización tecnológica; es decir, no solo la capacidad de saber usar la tecnología, sino también comprender y aprovechar sus constantes avances para hacer que nuestra vida mejore.

La pregunta que surge, entonces, está asociada a si es posible realizar dicha alfabetización de la población de manera acelerada, dado un contexto que parece no dar otra alternativa. Porque realmente es como si el mundo entero se hubiera quedado ciego y no todos supieran braille.

Esta situación es en cierta forma representada por la novela sicológica Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago (y su posterior adaptación al cine como Blindness en 2008), donde la forma de sobrevivir de varias personas que padecen la súbita “ceguera blanca”, es la única mujer que no perdió la vista y que funciona como guía para todas las actividades del grupo.

¿Es entonces la única esperanza de los no alfabetizados tecnológicamente la ayuda de unos pocos que puedan guiarlos en el camino?

¿O acaso el dramático contexto actual puede funcionar como una fuerza casi sobrenatural que promueva la adquisición de nuevos conocimientos tecnológicos por parte de quienes no los tienen?

Riesgos y desafíos

Si bien han sido increíbles los avances de las tecnologías de la información y las comunicaciones en las últimas décadas, esta nueva realidad casi mágica, que deja pequeña a cualquier novela de ciencia ficción, puede presentar, sí, grandes ventajas para lidiar con la situación actual, pero también enormes riesgos y desafíos.

Ya en marzo de 2017, en una entrevista de BBC News sobre Corea del Norte realizada vía Skype al profesor y analista político estadounidense Robert E. Kelly, pudimos ver que la modalidad de home office podía presentar algunos contratiempos, cuando de repente sus hijos irrumpieron en su escritorio y luego su esposa ingresó de rodillas e intentó retirarlos durante la transmisión en vivo de la cadena de televisión británica.

Si bien Kelly inmediatamente se transformó en un meme que recorrió el mundo, generando sonrisas ante la simpática presencia de sus hijos y toda la situación que protagonizó, él mismo confesó en una entrevista posterior que realmente pensó que esto podría ser el fin de su carrera.

Las videollamadas protagonizadas o participadas por personas que no son conscientes de sus riesgos, puede representar serios problemas, que incluso pueden arruinar la carrera de un profesional o un profesor que por un momento olvida que no solo está en su casa sino también en una reunión o un salón de clases virtual, y que cada participante tiene la posibilidad (nuevamente, si sabe hacerlo) de grabar todo lo que se diga en su pantalla, para luego usarlo con diversos fines.

Alfabetización forzosa

Si bien todavía es temprano para saber qué pasará con los individuos y la pandemia, puesto que no hay señales claras de que vaya a terminarse pronto (al menos no hasta que se logre desarrollar una vacuna y se pueda inmunizar a 8.000 millones de personas), no es difícil imaginar que esta alfabetización tecnológica forzosa tendrá un impacto radical en la humanidad.

De hecho, unos pocos meses han servido para permitirnos apreciar cómo muchos de esos individuos menos afines a la tecnología se pudieron ir adaptando a la Nueva Normalidad y seguir funcionando, trabajando o estudiando a través de Internet. Este inusual contexto, que no daba muchas opciones, obligó a aprender, experimentar y utilizar tecnologías que, si bien ya existían desde hace tiempo, no eran empleadas de esta forma tan masiva y tan frecuente.

Naturalmente, si todas las empresas contaran con una política de formación de sus recursos humanos, la adaptación hubiese sido mucho más sencilla e incluso completamente natural.

Asimismo, si en todas las organizaciones existiese conciencia sobre la importancia de la comunicación y su rol clave para el éxito de cualquier negocio, se podrían haber llevado adelante iniciativas que permitieran informar a clientes, empleados y proveedores sobre cómo utilizar la tecnología del presente para funcionar en el presente.

Es probable que, a pesar de la gran tragedia que significa la crisis sanitaria mundial, lo que estamos viviendo marque un positivo, necesario y gigantesco cambio en la vida humana.

Seguramente dejemos de lado la hiperconectividad superficial del pasado, para empezar a comunicarnos mejor y con mayor sentido, optimizando el tiempo, los traslados, los espacios, la forma de trabajar, de producir, de estudiar, de entender y de crear.

Esta acelerada alfabetización tecnológica nos permitirá descubrir y fascinarnos con todo lo que ya podíamos hacer desde hace tiempo, pero probablemente lo ignorábamos.